Pies, el mar de fondo y un "aquí, sufriendo" a modo de repelente suspiro de satisfacción. Otra imagen: Un perro lamiéndose la breva, jugando con un plástico o simplemente siendo perro (porque, como diría Rajoy, "nos gustan los perros porque hacen cosas"). Ambas son escenas que definen el costumbrismo millennial y que sólo pueden ser empatadas en éxito por el sushi o los gatos (esto sí que es una rivalidad animal y no la de YouTube y Twitch). Un ABC con el que podrías aprobar 1º de Instagram ya que son elementos que aparecieron en la primera publicación de su historia.
¿Se puede convertir uno en multimillonario comenzando su imperio con la foto de un perro?
Como en una metáfora perfecta, la primera imagen de la historia de Instagram retrata un perro mirando mirando hacia arriba, oteando el horizonte. Un "hasta el infinito y más allá" que escondía una aventura empresarial y tecnológica que deparó en una de las aplicaciones más exitosas que existen y la red social del momento.
No, que va. Esa sería la lectura relamida. La real es mucho más terrenal y huele a la sal del mar, a plástico de chancla playera y, probablemente a pienso de perro. Porque en verdad, la primera publicación de la historia de Instagram ya vaticinaba en qué ibamos a convertir la aplicación: un contenedor maravilloso de postureo donde los reyes eran los perretes y nuestros pies en su estado estival.
Meses antes del lanzamiento oficial de Instagram, Kevin Systrom, uno de sus cofundadores, publicó la fotografía en plano cenital de un precioso perro y los dedos morcillones de unos pies no tan bonitos. Un chucho callejero que Systrom había encontrado junto a un puesto de tacos en México sirvió como test (la casualidad que tituló la publicación como "test") inicial para inaugurar de manera no oficial la plataforma. Era 16 de julio de 2010.
Meses después, el 6 de octubre de ese mismo 2010, Instagram se lanzaba al mundo y nosotros enloqueceríamos progresivamente en una maraña de perretes, gatetes, desayunos copiosos, atardeceres idílicos, selfies con sombreros, bandejas de sushis y, de una manera inexplicable, pies. Muchos pies.
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