El falso documental es un género maravilloso que como elemento cómico te puede dar mucho juego. Ponerte delante de una cámara, haciendo como que te entrevistan, economiza la realización y te permite actuar aunque seas más inexpresivo que todo el reparto de ‘Crepúsculo’.
Aunque Woody Allen lo hizo mucho en los inicios de su carrera, fueron dos series las que descubrieron el ‘mockumentary’ (en su expresión anglosajona que puedes utilizar para hacerte el guay) al gran público. ‘The Office’ y ‘Modern Family’ crearon una escuela que ya trasciende de lo mainstream y que encaja muy bien en Internet. El problema es que no siempre 1+1 son 2 (ni siete, que cantaba aquel).
El hijo ilegítimo de Paquita Salas
A los omnipresentes Javis (Ambrosi y Calvo), el rollito falso documental les ha dado gloria y una serie que ha enamorado a Netflix. ‘Paquita Salas’, ese hito millennial, se ha convertido en nuestra ‘The Office’ y ha puesto a la fabrica de churros a funcionar.
El deja vu que sentí al echar una tarde en ‘Me llamo Chema’ era constante. Un poquito de Pantomima Full, un mucho de ‘Paquita Salas’, trazas de Jorge Cremades y un personaje que no dejaba de recordarme al Julián López más chanante. El que hacía del bakala Vicentín y sacó su propio videojuego 5.0.
Chema, ya sean pastillas o latas de Monster: déjalas
Al Chema de Living Postureo se le agradece el tono costumbrista, pero se pasaron de frenada con el exceso de equipaje con el que vistieron a su protagonista. Si algo nos ha enseñado Pantomima Full, es que a la etiqueta de cuñado (tenemos que buscar otro apelativo con urgencia ¿eh?) no siempre le acompañan el polo de marca y los ideales conservadores.
El otro problema es Chema. En un canal que basa sus vídeos en cápsulas de apenas tres minutos, su protagonista no puede agotar. Y agota. Agota mucho. A este tipo de personajes losers mola darles un fondo que te haga pensar en darles un abrazo porque es lo único que necesitan. Pero con ‘Me llamo Chema’ es imposible. Sólo quieres callarle u obligarle a ver un maratón de sus vídeos.
Con un par de Red Bull menos y un Chema que no parezca que quiere decir todo el rato “¿cómo llevas la maquinaria, pataliebre?", igual podríamos empezar a quererle.
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