Hace 10 años, Sweet Barrio eran Poochei y Maxi con una guitarra y un vozarrón en cualquier esquina o techo que se les antojara. En chándal, en vaqueros o con lo que se habían levantado ese día en el barrio de Usera, donde empezó todo. Nada les hacía presagiar que en 2019 sacarían un disco producido por Campi Campón (Vetusta Morla, Jorge Drexler) después de haberse subido a cientos de escenarios por toda España.
Parece el argumento de una película española, que habla de la historia de dos chavales de barrio que luchan por sus sueños sin ninguna pretensión más allá de disfrutarlos. De existir el filme, se llamaría Cinema Usera, como el citado disco, y como el cine donde ensayaban Irene y Maxi hace un decenio en el mismo barrio. Allí la palabra que les unía era ilusión, la misma que utilizan ahora para definir todo este tiempo. “Si no existe eso, todo se va a la mierda”, me confirma Irene.
Han cambiado muchas cosas desde entonces, pero hay una que es innegable y que les hace darlo todo en cada concierto: “La confianza de que tenemos algo que contar. Cuando salgo a cantar, ya no pienso en si lo hago bien o mal, sino en lo que estoy contando. Ahora tenemos un motivo claro”, aclaran con una sonrisa de satisfacción. Y no es para menos, pues su mensaje es delicado y dulce, pero también polémico y crudo. Las letras de Sweet Barrio cuentan los claros y oscuros de vivir en un barrio muy humilde, con drogas, relaciones tormentosas, vidas marcadas y convivencias difíciles.
Cantan versos como “cuando tenga dinero, me compro un chándal nuevo/ cuando no tenga miedo, habrá rosas en enero” o “You know, i'm a troubled woman”, metáforas de esa realidad hostil. “Siempre hay personas o actos, acciones, canciones y emociones que afloran en un lugar así y que merecen su voz”, asegura Maxi.
De ahí viene su propio nombre, de la dulzura –envenenada- de cualquier barrio. Una propuesta que puede compararse con el resto de las actuales: la chulería, el chándal, el oro y el quítate tú que ya estoy yo desde hace rato. Nada más lejos de la realidad, como apunta Irene: “El barrio no es dulce, pero nosotros sí. No somos mala gente, creemos que la humildad te da sabiduría y un aprecio mayor sobre el valor de las cosas. Cuando hablo de Sweet Barrio, me imagino a mi madre, que ha sufrido mucho en la vida, y sin embargo, es la tía más alegre del mundo. Yo ahí veo esa dulzura, esa sabiduría que va mucho más allá del chándal”.
Ese “constante contraste” también se percibe en su música, la cual bebe de referencias tan diversas como Las Grecas, Los Chichos, el reggae o el jazz soul. Una variedad que se mezcla con la contemporaneidad de Campi Campón y que da lugar a un sonido que ya conocemos, pero que aporta novedades, consiguiendo lo que sí se ve a simple vista: la identidad.
El mensaje o, mejor dicho, como llega ese mensaje al que lo escucha, es imprescindible, como relata Maxi:* “Ya nada perdura, ahora quieres decir algo, y mandas un whatsapp. Antes mandabas una carta y tardaba 15 días en llegar. Eso es lo más parecido a un proceso de grabar un disco”.* La elaboración de Cinema Usera ha durado casi dos años, un tiempo que le ha servido a Irene para madurar su paciencia: “Cuando algo pasaba de moda en mi cabeza, quizás ya no lo cantaba igual. Ahora, sin embargo, hay cosas personales que escucho en Cinema Usera que no las siento de la misma forma, pero las reconozco. Antes lo rechazaba y ahora ya no".
Tiene 26 años, es la vocalista y autora de la mayoría de las canciones de Sweet Barrio y, contra todos los pronósticos millenials, no utiliza whatsapp. “Y no me quito instagram porque me mata la música”, añade ante mi incredulidad. Lleva un año de abstinencia y lo lleva “de puta madre”: “Lo que no me tiene que salir, no me sale. Todo el tema de las redes sociales me parece que supone una exposición o una disponibilidad consciente. El problema de la sociedad es el exceso de disponibilidad. Mi decisión es una manera de autocuidarme de eso”.
Pero esto no es lo único que resulta extraño en un grupo compuesto por dos jóvenes que se ha dado a conocer en pleno siglo XXI. Hay otra particularidad - que en este caso comparten ambos- y es que ninguno de los dos escuchan las novedades que van saliendo en el panorama musical actual. “Estamos muy fuera de eso”, explica Maxi, que actualmente tiene en bucle a Herbie Hancock, leyenda viva del jazz, o a la rapera Noname, al igual que Irene, quien además se decanta por líneas más latinas con la salsa de Ismael Rivera.
Que no escuchen, no significa que no conozcan. Son conscientes de que el trap es la tendencia musical del momento, aunque creen que debe haber algo más allá: “Si la música no tiene un fondo y la letra tampoco, ¿entonces dónde está el límite de lo que se puede hacer? Con todo el respeto a ese nicho, que creo que tiene que existir, somos demasiado indulgentes si nos conformamos con eso”, afirma Maxi.
“Mucha de la música actual es un producto para la impresión. Es como una hamburguesa del Mcdonalds, que cuando te la comes, dices “qué rica está”, pero luego no te está llenando. A veces me pongo un videoclip y me flipa, pero luego se me olvida. No me llega tanto como Nino Bravo, Estopa, Alejandro Sanz o Extremoduro. Es arte materialista”, añade Irene.
Como lector, seguro que estarás pensando que qué referencias tan dispares en una misma frase. Pues eso es Sweet Barrio, un grupo que no suena en los 40 principales, que no actúa –aún- en grandes superficies, y que no se puede englobar en ningún estilo musical concreto: “Queremos ser como un bar donde te encuentras a un chico y dices: no sé que tiene, pero me mola. Y te acerques”. Cantan al miedo, ese del que huyen y que han tenido durante estos 10 años: “Ya no lo tenemos. Era la exposición lo que nos lo producía. Da miedo que te digan que lo que haces es una mierda, pero te das cuenta de que nada es tan grave, incluso te arrepientes de no haberlo hecho antes”.
Ese alma a flor de piel de la que también hablan en sus canciones, es la que se puede ver en sus directos, los mismos que provocan que haya un boca a boca continuo desde que se subieron al primer escenario, y que les ha permitido tomarse la música de una forma muy distinta. Ambos conservan sus trabajos como dependienta y técnico de sonido, pero aseguran que aunque en la actualidad podrían aparcarlos, los valoran mucho más que hace 10 años: “No queremos sufrir ninguno de los dos curros, queremos pasarlo bien y disfrutarlos”.
Han esperado un decenio, no tienen prisa y quieren seguir sorprendiéndose a sí mismos con lo que hacen. Cuando se suben al escenario, siguen creando, Maxi con su guitarra e Irene con su voz. Y el proceso sigue su curso “a fuego lento, como Cinema Usera”, tal y como dice Irene. “Ole”, le contesta Maxi.
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