En los últimos años, la poesía escrita por autores jóvenes se ha convertido en un tema recurrente en la prensa escrita. Cada cierto tiempo, un nuevo artículo se publica sin diferenciarse mucho del resto. Se habla de Internet, la herramienta que parece haber hecho posible que un género minoritario como la poesía se cuele en las listas de libros más vendidos y se destaque en librerías. Pero, sobre todo, se habla de cifras: de número de seguidores, de ejemplares vendidos, de lectores haciendo cola en la Feria del Libro de Madrid...
Cuando se aborda el tema, por un lado, las cifras abultadas vienen a justificar que la poesía joven sea objeto de atención y, de forma contradictoria, sirven al mismo tiempo para enfrentar a sus autores como si esos números marcaran simbólicamente lo que el canon académico considera poesía y lo que no. También, como si los poetas fueran más competidores que compañeros o como si, en caso de haber un enemigo, este no tuviera más sentido que fuera una industria editorial intentando exprimir rápido y al máximo el momento.
Haciendo la poesía más accesible
Andrea Valbuena pertenece a esa hornada de poetas con tirón mediático que, junto a otros nombres como Elvira Sastre o Irene X, han traído nuevos lectores a la poesía. Ella lo atribuye a haberla hecho entre todos más accesible, derribando ideas preconcebidas sobre el género:
“Siempre se ha concebido como un género muy académico y reservado para unos pocos así que, por lo general, la gente no busca la poesía. Sin embargo, cuando la encuentran, se dan cuenta de que es muy fácil sentirse identificado con los poemas. La poesía es el único género que habla de las cosas que sentimos absolutamente todos”, explica al otro lado del teléfono.
Algo parecido a lo que también hizo, en un ámbito más underground, la Alt Lit. Este movimiento, que tuvo especial fuerza en Estados Unidos entre 2011 y 2014, se caracterizó por convertir en literatura posts de Facebook, chats de Gmail, tweets y pantallazos. Con un discurso directo, muy sincero y con la gramática de andar por casa propia de internet, se escribieron poemarios y novelas, autoeditados en su mayoría, cuya temática estaba estrechamente ligada a las experiencias reales de sus autores.
En el mundo de habla hispana, el movimiento tuvo su propia versión con Los perros románticos, un grupo heterogéneo de jóvenes escritores (y amigos) unidos por internet y por una serie de lecturas en común que organizó recitales multitudinarios en España y Latinoamérica entre 2014 y 2017. Dentro de ese grupo, una de las voces que más rasgos compartía con las del movimiento anglosajón fue la de Óscar García Sierra.
Sierra empezó traduciendo a autores de la Alt Lit en su Tumblr (ahora borrado), donde las traducciones y poemas propios se mezclaban con fotos de Lindsay Lohan compareciendo en un juicio, capturas de películas y otra imaginería popular en la plataforma de microblogueo en aquellos años.
“En internet me encontré con un tipo de literatura que me hizo ver que cualquiera puede escribir. Que no hace falta tener un máster de escritura creativa”, nos cuenta Óscar por chat.
No obstante, y a pesar de que el poeta leonés empezó escribiendo en internet, no es especialmente activo en redes sociales. Les da un uso exclusivamente personal, cerrando y reabriendo sus cuentas con frecuencia y cambiando el nombre de usuario a menudo, lo que dificulta encontrarlo cuando se le busca.
Una postura que se encontraría en el lado opuesto del espectro a la de Valbuena, a quien las redes le parecen una herramienta “fundamental” para ofrecer lo que hace y “llegar a más personas sin necesitar a terceros”. A ellas le atribuye la llegada de algunas oportunidades laborales y el haber podido recitar en Argentina y México delante de cientos de personas. No obstante, aunque dice hacerle ilusión ver que tiene lectores y repercusión, el número de seguidores ha sido un factor en su carrera que la ha ayudado pero que no identifica como el más importante.
De hecho, Andrea empezó autoeditándose y promocionándose en Twitter cuando “todavía no se tenía la conciencia de que la poesía pudiera ser un género popular entre los jóvenes”. Se lo tomaba como un hobby más que como algo profesional y su percepción no cambió hasta 2016, cuando ganó el Premio Valparaiso y la editorial del galardón se interesó por publicarla.
“Que una editorial quiera publicarte y no tengas que hacerlo tú sola te da seguridad. Ahí fue cuando empecé a tomarme la poesía más en serio porque me dieron la confianza que me faltaba para desarrollar una voz más profunda y seguir investigando”.
Óscar García Sierra también dio el salto el mismo año a la edición tradicional y publicó con Espasa su único poemario hasta la fecha: Houston, yo soy el problema. De la experiencia destaca “estar en una colección con peña famosa” aunque tuvieran “un estilo muy diferente” al suyo. A pesar de que le gustó publicar en papel, después de la salida del libro estuvo casi un año sin escribir nada porque “ni tenía ganas ni sentía la necesidad”. Ahora escribe todos los días en prosa para volver a “coger la constancia y el ritmo”.
Tal vez, una carrera más tradicional en forma la represente Berta García Faet, última ganadora del Premio Nacional de Poesía Joven Miguel Hernández, uno de los más prestigiosos de las letras en España.
Para García Faet, la idea de publicar en papel es “indisociable de la idea de componer un libro”. Entre otras razones porque así es “más fácil ubicar la obra en un contexto cultural e histórico no estrictamente pegado a los ultracontemporáneo”. Aunque como autora piense en papel, como lectora afirma interesarle mucho la literatura que se produce “en y para internet”. De hecho, en contenido, a su obra ha trasladado algunas de las lógicas y guiños del lenguaje de internet y las redes sociales.
Curiosamente, a estas últimas, la poeta valenciana también les da un uso “mayormente privado” porque ni le gusta el “auto marketing” ni quiere contribuir a la “confusión interesada” entre su obra y su persona. Considera que son una herramienta que ha permitido que personas fuera de España, y que no pueden acceder a sus libros físicos, hayan podido leer poemas sueltos. Aunque, sobre todo, le parece que han hecho que su nombre pueda sonarle a bastantes lectores de poesía contemporánea sin que eso tenga que significar necesariamente que se la lea más.
La fama y el aplauso no son la motivación (y, por desgracia, tampoco el dinero)
A pesar de que la búsqueda de la fama y el aplauso suelen señalarse como motivaciones principales de los poetas jóvenes en artículos y ensayos, ninguno de los consultados los incluye entre las suyas.
Mientras que Óscar, de entre todo lo que le ha dado escribir, se queda con la gente a la que ha conocido, Berta elige enterarse de que su poesía “ha significado algo fuerte para alguien”, tal y como para ella han sido fundamentales en su vida ciertos libros y autores a los que leerlos la hace “echarse a temblar”. Por su lado, Andrea tiene como principal objetivo seguir escribiendo libros de los que sentirse orgullosa y en los que ir aprendiendo cosas nuevas y formando una voz que se parezca lo más posible a las que a ella siempre la han inspirado.
Por supuesto, tratándose de la industria editorial, el dinero tampoco aparece por mucho “boom” que haya. Valbuena señala los recitales como la principal fuente de “ese benficio que no te dan los libros” y García Faet, que se forma como doctora en literatura en Estados Unidos, lamenta que en España no sea posible vivir de la poesía, “no desde lo artístico sino desde lo académico”, como apunta que sí es posible hacer en el país norteamericano.
“No considero escribir poesía un trabajo al cual quepa remunerar porque sea un bien o un servicio a la comunidad o a unos clientes, así que no me quejo de no percibir dinero por eso. Sí me quejo de que no podamos ganarnos bien la vida como trabajadores de la humanidades: profesores, talleristas, traductores...”, nos hace llegar por correo electrónico.
A pesar de sus diferencias estilísticas, los tres coinciden en su nulo interés en el enfrentamiento mediático entre poetas. Óscar lo considera exclusivo de “unos intelectuales que critican desde su pedestal” y le parece que “se escribe mejor o peor según los gustos individuales de cada uno”. Unos gustos de los que señala que las editoriales se intentan aprovechar, así que celebra que los poetas, “con todos sus followers”, también intenten sacar tajada.
Andrea agradece que, por disponer de todos los medios que han tenido a su alcance, sean una generación de poetas con “un poco de poder” para no permitir que se aprovechen de ellos y destaca la importancia de trabajar teniendo en cuenta que “tú también puedes sacar partido y que no tiene que ser como antes que los escritores no se comían un colín”.
Mientras tanto, el tema de la confrontación a Berta le da pie, en sintonía con el factor amistad eclipsado por las cifras y la novedad de internet pero que tanta importancia ha tenido en los movimientos de poesía joven de principios de este siglo, para recomendar a otros compañeros de generación y de otras previas. Nombra a Ángela Segovia, Luz Pichel, a Juan Andrés García Román...
Pero podríamos seguir con Rosa Berbel, Carlos Catena, Rodrigo García Marina, Luna Miguel, Unai Velasco, Diego Álvarez Miguel, María Sánchez, Xaime Martínez, Sara Torres, Emily Roberts, Yasmín C. Moreno, Carmen juan, Vicente Monroy, Violeta Niebla, Ángelo Néstore, Kevin Castro...
Fotos | Instagram de Andrea Valbuena, Berta García Faet y Óscar García Sierra.